El otro día encontré una carta que mi difunta abuela me escribió a mano —valga el subrayado en esta era de la escritura digitalizada— hace ya varios años. Cuando era niño (y aún ahora), me maravillaba su legible y bonita letra manuscrita cursiva; es decir, su caligrafía, palabra que proviene del griego kalligraphíakállos (belleza) y grápho (yo dibujo, escribo). Con el paso del tiempo, esta admiración crece, porque cada vez escribimos menos a mano.

Mi asombro por la letra de mi abuela se debe también a que en la escuela nunca me enseñaron a escribir con letra manuscrita cursiva, sino que aprendí la escritura con letra de molde. Pertenezco a una generación que, en los setenta del siglo pasado, se vio afectada por una reforma educativa en la que se estandarizó, con la letra de “imprenta”, la manera de escribir en la mayoría de las escuelas en México. Se rompía con una tradición mexicana de la enseñanza de la caligrafía, para pasar a una escritura que se creía más fácil y universal.

Hasta ahora me pregunto qué pensaba mi abuela de mi letra. Esto no quita que la letra de molde de muchas personas sea bonita. La mía no lo es. De hecho, de manera autodidacta, he tratado de mejorar, sin gran éxito, mi letra, que actualmente es una rara mezcla de letra de molde y cursiva; no obstante, la siento un poco más fluida que la pura letra de “imprenta”.

Ignoro si en la actualidad aquella reforma educativa de mis tiempos estudiantiles continúe vigente. Parece que se ha querido retornar a la letra cursiva o caligrafía. Al menos a mis hijos se les enseñó —seguramente sin el rigor con el que mi abuela aprendió— caligrafía en las primarias donde estuvieron. No obstante, sea letra de molde o cursiva, lo que hoy día parece más preocupante es que se escribe a mano poco o nada debido al predominio de la escritura digital. ¿Recuerdan la última vez que escribieron a mano? Hagan la misma pregunta a sus hijos.

De hecho, en países como Finlandia, cuyo sistema educativo ha llegado a considerarse uno de los más avanzados en Europa, la instrucción de letra manuscrita o caligrafía no es obligatoria en las escuelas. Los alumnos aprenden a escribir en letra de molde y dedican más horas a la mecanografía, porque, consideran sus consejeros y expertos de educación, que la letra cursiva solo se usa en las escuelas y es difícil de aprender, mientras que escribir con letra de molde se asimila más rápido y la escritura en el teclado es indispensable para el futuro.

Sin embargo, en Alemania, por ejemplo, un gran número de especialistas en la educación rechazan esa medida en el sistema educativo finlandés o donde la haya, porque consideran que la caligrafía es un elemento esencial en el aprendizaje infantil, fomenta la coordinación y las habilidades manuales, y que su práctica continua estimula el cerebro para mejorar la actividad mental, como el conocimiento y la creatividad.

En lo personal, pienso que conecto más con mis ideas —o estas me surgen— cuando las escribo a mano que al hacerlo directamente en el teclado. Antes de comenzar a escribir este texto en la computadora, escribí frases y tomé notas con lápiz y papel. No redacté a mano todo lo que se lee aquí, por supuesto; pero, previo a ponerme ante las teclas, necesito, aunque sea, escribir manualmente un pequeño boceto de lo que me gustaría expresar. Incluso, escribir a mano me funciona como un calentamiento antes de comenzar la carrera en la máquina.

En efecto, si se quisiera ejercitar la expresión libre de ideas y creativa, ya sea uno mismo o con sus hijos, sugiero consultar Ser & Aprender, que contiene, entre otras herramientas pedagógicas, actividades inspiradoras y liberadoras que se hacen a mano, como “Escritura automática”, “De puntos y formas” o “Garabatos”.   

Quizá la escritura manual, en comparación con la digital, es más directa en el viaje de ida y vuelta del cerebro —y del corazón— a la mano, como si de tejer se tratara. Cuando escribimos a puño y letra, es también como si tuviéramos la sartén por el mango: determinamos qué y cómo hacerlo, y la pluma nos sirve de vuelo y guía. Es más, en mi etapa estudiantil me sentía más seguro cuando escribía a mano mientras estudiaba. Años después, descubro que mi hija —con letra más bonita que la mía— estudia escribiendo.

Carta escrita a mano

Volviendo a aquella carta escrita a mano de mi abuela, me pregunto si la correspondencia epistolar manual y el correo postal son ya actividades en vías de extinción o que pronto quedarán desfasadas, y que solo estarán en nuestros recuerdos. Es que los correos electrónicos y la mensajería digital instantánea son apabullantemente más prácticos que las cartas escritas a puño y letra, pero no necesariamente más íntimos y creativos.

Una de las mejores amigas de mi hija es china. Ambas se conocieron en una preparatoria en Estados Unidos. Después de graduarse, mi hija volvió a México y su amiga se quedó a estudiar en una universidad estadounidense. Mantenían comunicación gracias a la mensajería digital y la videoconferencia. Pero, debido a la pandemia del coronavirus, la amiga regresó a China, y, como si de un apagón se tratara, ellas perdieron total contacto, ya que en el país asiático no se utiliza la misma comunicación digital que en Occidente. Hasta que mi hija tuvo la iniciativa de escribirle a mano una larga carta.

La acompañé a llevar esa carta a la oficina de correos del pueblo donde vivimos. Los estantes de metal, doblados por el peso de una lejana época de bonanza epistolar, estaban casi vacíos. Había papeles y paquetes regados por el suelo polvoriento. El hombre que pesó la carta es el mismo que reparte el correo en motocicleta. Compramos los timbres que nos indicó. Mi hija, después de humedecerla en una curtida esponja, pegó con delicadeza cada estampilla en el sobre. Luego, el cartero colocó el documento en un casillero añejo. Dudé que esa carta llegara a su destino. Pasaron seis meses y mi hija recibió un sobre desde China.

Se trate de escritura a mano o digital, creo que es primordial que nuestros hijos aprendan a mantenerse sensibles ante lo bueno, bello y verdadero que se les revele en la vida. Esencialmente no hemos cambiado, solo que hoy día los jóvenes usan teléfonos celulares para vivir en un frenesí de emoción, mientras que nuestras abuelas se contentaban con escribir cartas.