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Las voces de las gentes
vuelven por el campo:
crepúsculo de otoño.
—Matsuo Bashō
El último día de noviembre de 2024, la casa del Instituto de Mediación Pedagógica DIA (IDIA), en CDMX, se iluminó con una brillante luz de otoño. La Comunidad DIA celebró su evento de fin de año, un cierre lleno de significado y trascendencia. Además del equipo pedagógico del IDIA, participaron docentes de Yucatán, Baja California, Iztapalapa, entre otros lugares y contextos de la república mexicana. Los participantes estuvieron entusiasmados y contentos, disfrutando de una convivencia cálida y enriquecedora.
Durante esta jornada, hubo tres momentos clave en los cuales se utilizaron vehículos de mediación dia de arte visual y literario. El primer momento consistió en la muestra de una reproducción de la pintura Los cosechadores (1565) de Pieter Brueghel el Viejo. La experimentada facilitadora Gabriela Barbeytto, del IDIA, utilizó preguntas para generar un diálogo entre los asistentes. Estos coincidieron en que la obra evoca un tiempo dorado, de cosechas, reposo, reflexión y agradecimiento. Una analogía al cierre de ciclo escolar que viven ahora los docentes.
En el segundo momento, se utilizó un vehículo literario. La maestra Magdalena Rodríguez explicó al público el haiku, un breve poema de origen japonés compuesto por tres versos. Este tipo de poema utiliza el lenguaje sensorial para plasmar un sentimiento o una imagen. Luego, la maestra leyó en voz alta algunos haikus de poetas japoneses famosos, tales como:
“Primeras lluvias, / también el mono desea / un pequeño abrigo.” (Matsuo Bashō)
“Qué frescura: / el color del mar también / es el del cielo.” (Yamaguchi Sōdō)
Después, la maestra invitó a los asistentes a pasear por la casa, sentir el entorno y, luego, crear haikus en parejas. Los poemas fueron leídos ante todos y reflejaron la emoción de los participantes en ese momento. Algunos ejemplos fueron:
“Pequeña flor azul, / nunca imaginé / ver estrellas en el suelo.”
“Planta verdosa / sobre la tierra fértil / inspira vida.”
La creación de los haikus suscitaron un ambiente de confianza, sensibilidad y creatividad en los miembros de la Comunidad DIA. Una vez más, las sesiones dia mostraron su capacidad para detonar diálogos y generar espacios de respeto, creación y receptividad. Fue una manifestación palpable de que el sentir y el aprender van de la mano.
En el tercer momento de este evento de cierre, la maestra Claudia Madrazo, fundadora del IDIA, acompañada de la experta facilitadora Cristina Díaz, entregó diplomas de reconocimiento del IDIA a docentes que se formaron como mediadores dia, así como a quienes cursaron la especialidad en Mediación Pedagógica del Desarrollo Lingüístico.
Eventos como este demuestran que la Comunidad DIA es mucho más que un espacio de encuentro: es un motor que fortalece los lazos entre sus miembros a través de experiencias compartidas y diálogos enriquecedores. Para los docentes, cada fin de etapa se convierte en una oportunidad para reflexionar sobre el camino recorrido, los aprendizajes adquiridos y los logros alcanzados. Así, renuevan su compromiso y su pasión por seguir transformando vidas.
La fuerza de ser y sentirse comunidad
La Comunidad DIA está integrada por docentes de educación básica, media y superior; madres y padres de familia; promotoras educativas; directores de escuelas; practicantes de pedagogía, técnicos penitenciarios, terapeutas, el público en general; y el equipo interno de formación del Instituto de Mediación Pedagógica DIA.
Cada persona en esta comunidad tiene un objetivo común: crecer como educadores y seres humanos conscientes a través de la mediación. Les une la búsqueda constante de transformar la educación desde principios humanistas. Juntos siguen el camino de la mediación dia, fortaleciendo habilidades como la observación y la escucha. Son conscientes de la necesidad de cambio, no solo en ellos mismos, sino también en sus familias y comunidades. Esta es una comunidad que se apoya mutuamente y se desarrrolla colectivamente, sabiendo que el verdadero cambio comienza en cada uno.
Sentirse parte de una comunidad otorga fuerza tanto a la persona como a la comunidad misma. La búsqueda de la transformación integral de cada individuo también puede contribuir a la construcción de una sociedad más humana y creativa, todo a través de la educación.
Frutos de un ciclo
Al final del año, es el momento idóneo para, a través de un ejercicio tanto personal como colectivo, reconocer tanto nuestros logros como los desafíos que aún tenemos por delante. Es también una oportunidad para darle un lugar importante a la colectividad y la corresponsabilidad en nuestra labor docente, generando un sentido de propósito compartido. “No hay nadie que lo sepa todo, ni nadie que no sepa nada. Entre todos sabemos todo”, dijo Paulo Freire.
Es turno de que cosechemos lo sembrado en nuestra comunidad educativa; de cerrar y trascender un ciclo. También es tiempo de imaginar y soñar sobre nuestra futura relación con la educación y nuestro entorno, y así beneficiarnos como individuos y sociedad.