Para la doctora Janet Patti, profesora de Liderazgo Educativo en la Universidad del Norte de Arizona, el vínculo dentro de las escuelas es un ingrediente clave para la educación. La relación que forman los directores con sus docentes y los maestros con sus estudiantes es el primer paso para construir espacios seguros y climas de confianza.

“Cuando hay relaciones transparentes, reales y auténticas se forma un verdadero vínculo, se fortalece la comunidad y entonces así estamos dispuestos a aprender las cosas académicas; pero cuando no hay relaciones fuertes, no hay confianza del alumno a su maestro y entonces ocurren problemas de credibilidad”, explicó Janet.

Empezar por uno mismo

Para llevar las emociones al aula y crear un espacio seguro y de bienestar, es necesario que el docente empiece por sí mismo. No es posible enseñar acerca de las emociones si primero no las vive, solo después de eso podrá expresar la importancia de cuándo y cómo utilizarlas.

La doctora Janet explicó que hay tres habilidades fundamentales que necesita el educador, de manera personal y profesional, para desarrollar su inteligencia emocional.

  • Autoconciencia: es la capacidad de entrar en contacto con mi cuerpo y mis sentimientos. Es estar presente sintiendo. Identificar los pensamientos, sentimientos y sensaciones en el cuerpo. 

  • Autoconocimiento: es conocerse a sí mismo, cómo pienso, cómo siento, cómo me comporto, por qué soy de una u otra manera. Cómo expreso mis emociones, qué hago con ellas, si las uso positivamente o no puedo controlarlas.

  • Autorregulación: es decidir cómo vamos a actuar y responder ante una emoción. 

Estas habilidades, aunque están relacionadas, son diferentes; hay quienes tienen más fortaleza en una que en otra. Por ejemplo, señaló la maestra Janet, “alguien puede saber cómo comportarse en algunas situaciones difíciles pero realmente no sabe cómo se está sintiendo y, por lo tanto, no se permite sacar su propia emoción”.

Cómo autorregular una emoción

Con tantas emociones encontradas, la autorregulación es una habilidad fundamental para el regreso a clases, pero “¿cómo regulamos el miedo para que no intervenga en el espacio educativo, cómo lo dejamos de lado para poder estar presentes y buscar alternativas?”, preguntó la maestra Claudia Madrazo, fundadora del Instituto DIA, a la doctora Janet Patti. 

Primero, aclaró la Dra. Janet, necesitamos calmarnos y respirar hasta que la mente y el cuerpo estén serenos. Segundo, tratar de cambiar lo que estamos pensando que es negativo: “Si siento mucho temor, pienso en algo bueno acerca de la situación, por ejemplo, ‘qué bueno que no estoy sola, aunque tengo temor’. Hacernos de una opinión diferente a la situación”. 

Otro camino, explicó Claudia, es aprender a sentir la emoción en el cuerpo y, en ese ejercicio de sensibilidad, encontrar estrategias para responder de una forma positiva: “Por ejemplo, si yo siento miedo, trato de encuadrar esa emoción, el miedo también puede ser una forma de protección, este miedo incluso me da fortaleza. Aprovechar la emoción y transformarla para responder de manera asertiva”. 

Una tercera estrategia es pensar en nuestras cualidades y fortalezas, se le llama “Nuestra mejor persona” o “Mi mejor yo”. Por ejemplo, explicó Janet:

Si estoy teniendo un conflicto con un niño o con un adolescente y yo estoy enojada, frustrada y ya me estoy volviendo loca porque no me quieren escuchar, yo tengo que calmarme para arreglar esa situación, primero respiro y voy adentro de mi cabeza, de mi corazón y me pregunto qué estoy sintiendo, me doy cuenta de que estoy enojada o desesperada, pero luego tengo que hacer más, porque no se queda en saberlo sino en hacer una acción positiva. Entonces me voy a mis cualidades y me pregunto cómo quiero ser como madre o como docente, ¿enojona?, ¿castigadora?, así que pienso en mis cualidades: soy cariñosa, soy fuerte, soy asertiva, y selecciono una de esas cualidades para armar una estrategia que resuelva el problema de la mejor manera.

Ante esto, Claudia Madrazo invitó a los participantes a hacer un ejercicio de reflexión, que bien podríamos aplicar en nuestros hogares y salones de clases:

En una hoja o cuaderno, haz una tabla o divide el espacio en dos, en una parte escribe qué formas de respuesta o de reacción entre tus emociones tienes que no te gustan de ti? Por ejemplo, “no me gusta responder así ante el miedo, ante el enojo, ante la frustración…”. Y del otro lado vamos a poner cómo sí te gusta responder, reacciones que te gustaría ver más de ti.

Ejemplo:

# Actitudes que me desagradan Actitudes que me gustan
1 ¿Qué reacciones tengo ante mis emociones que no me gustan? ¿Qué reacciones tengo ante mis emociones que me gustaría conservar?

Este es un ejercicio al que podemos regresar día a día y preguntarnos: ¿hoy cómo no quiero ser, hoy cómo sí quiero ser?, y tenerlo como una brújula para reflexionar en las alternativas que tenemos para responder de manera diferente.