Nuestro estado habitual es estar pensando y, por lo general, no tenemos un pensamiento productivo, ya que usualmente pensamos de manera repetitiva, innecesaria y desordenada. Los pensamientos surgen sin llamarlos conscientemente, incontrolables e inesperados y, con frecuencia, no corresponden con la realidad, aunque los demos por ciertos. Además, un pensamiento nos lleva a otro y así se forman reacciones mentales en cadena (ideas, emociones, sentimientos, sensaciones). Vivimos, entonces, como en un estado soñoliento: pareciera que siempre estamos corriendo, deseando algo o eludiendo adversidades. No gozamos cada momento.
Afortunadamente, también tenemos otro estado mental en el que no pensamos y estamos atentos a lo que está sucediendo momento a momento; pueden aparecer pensamientos, emociones o sensaciones, pero no nos atrapan; solo los vemos y los dejamos pasar. Ambas formas de operar (pensar y distraerse, y no pensar prestando atención a lo que pasa en cada momento) se suceden, y nos cuesta trabajo distinguirlas y, más aún, separarlas.
En la escuela, por ejemplo, cuando miramos a los alumnos en la forma habitual, nuestros ojos los están viendo, pero lo más probable es que estemos pensando, tal vez, en cómo los niños estuvieron ayer de inquietos o acerca de la llegada con retraso esta mañana a la escuela y las ansias que sentíamos; discurrimos, por ejemplo, que más tarde llamaremos a nuestra mamá, y también nos figuramos qué comeremos hoy.
Frecuentemente no estamos en el lugar donde realmente estamos: nos vamos al pasado y al futuro y nos olvidamos de lo que está pasando ahora. Cuando realmente estamos conscientes de lo que acontece en el momento presente, vemos cosas que no habíamos visto antes; por ejemplo, observamos que uno de los alumnos tiene los ojos muy cerca del papel, que su camisa está arrugada, que su cuello es delgado y que toma el lápiz con mucha fuerza, usando todos los dedos. Pero enseguida volvemos a pensar cuál será el mejor camino para irnos a casa o si le pedimos a otro de los maestros que nos vayamos juntos, o redactamos en la mente un correo que escribiremos más tarde.
La mente que sabe lo que ocurre en el momento es clara y está siempre con nosotros, ya sea que la reconozcamos o no; sin embargo, operamos desde la confusión, no discernimos qué está pasando en nuestra propia experiencia; pero cuando podemos dejar a un lado recuerdos, expectativas o miedos, todos nuestros sentidos se abren, tenemos mayor claridad y experiencias más vívidas.
Cómo estar con la atención en el momento presente
Aunque estar atentos a lo que sucede en nuestra vida diaria parece sencillo, de hecho no podemos estar conscientes del momento presente ni siquiera unos segundos, porque el hábito de estar distraídos pensando improductivamente está muy arraigado en nosotros. Para romper este hábito y dominar el arte de la atención instantánea constante, se requiere una práctica disciplinada y perseverante. Podemos proponernos practicar unos minutos, tal vez cinco, notando lo que se presenta. Sin importar si nos distraemos muchas veces, lo primordial es persistir, esto es, volver a estar en la total consciencia del presente. Lo esencial es practicar todos los días y ver los resultados por uno mismo; los cambios se van dando de una manera gradual.
La forma en que se aconseja hacer esta práctica, es sentarse en flor de loto o en una silla, como nos sintamos más cómodos; respirar para soltar todas nuestras preocupaciones y tensiones; abrir los ojos, poner la mirada en el espacio frente a nosotros; enderezar la espalda, sin ponerla rígida; pies tocando el suelo y manos en nuestros muslos; dejamos la mente libre y prestamos atención a lo que sucede espontáneamente de una forma deliberada.
Los elementos principales de esta práctica son los siguientes:
1.- Relajación y sin esfuerzo. El practicar no significa que nos relajemos a tal grado que nos durmamos, ni tampoco estar tensos o estresados. Tendremos que buscar un término medio. Lo principal es no perder la atención, la claridad de lo que está ocurriendo. Todos gozamos el sentimiento de no hacer nada; por ejemplo, cuando escuchamos música. Tenemos esta capacidad y podemos utilizarla cuando estamos plenamente conscientes, tranquilos y calmados. No habrá necesidad de poner esfuerzo en la práctica, solo permitir que fluya como un río, sin ponernos metas para alcanzar.
2.- No cambiar o modificar. Estar totalmente conscientes en el presente no requiere modificar o cambiar lo que está pasando, sino aceptarlo tal y como es, sin esperar que pase algo distinto. Cuando vemos la televisión, sabemos qué está pasando y reconocemos que no podemos cambiarlo; de igual manera, prestemos atención a lo que está pasando sin querer modificarlo. Con cada experiencia que tenemos no nos enganchamos ni atamos, simplemente la notamos y no tratamos de alterarla de ninguna manera.
3.- No juzgar. Estar atento constantemente significa no juzgar; es decir, no pensar “esto está bien, esto está mal”. Lo que pasa no es ni bueno ni malo; solo cuando ponemos el filtro de nuestro juicio en lo que sucede se vuelve malo o bueno. Juzgar también significa evaluar, por ejemplo, decirnos “no debería estar pensando eso”. El juzgar nos hace infelices.
4.– Manejo de los pensamientos. Dejar que los pensamientos surjan, pero no nos entretenemos con ellos ni permitimos que invadan nuestra mente. Cuando aparecen los pensamientos, no hay que seguirlos, y mucho menos invitarlos a que se queden, simplemente los vemos y volvemos a estar atentos. Ellos desaparecen solos. Tsokny Rimpoche (un maestro budista) nos dice que podemos ser como porteros de un hotel, vemos a los huéspedes que entran y salen pero no los seguimos a donde van, solamente los miramos pasar. De igual manera que los porteros, vemos los pensamientos, pero solo los dejamos pasar, no interactuamos con ellos. Cuando los pensamientos se van, solo queda la pura consciencia, la atención en lo que está pasando de manera natural.
5.- Manejo de las emociones. Esta práctica nos va a ayudar a reconocer que en la vida hay momentos fáciles y momentos difíciles; por ejemplo, cuando sentimos una emoción no le echamos más leña al fuego, lo que generalmente hacemos cuando pensamos; si estamos enojados, lo sentimos, sin añadir pensamientos innecesarios, como sería: “él me odia, siempre siento que me lastima, ayer me miro muy feo”, etcétera. Las emociones (las cuales son precedidas por pensamientos), debemos solo verlas como eventos mentales que, si no nos atrapan, se van sin hacernos daño ni a nosotros ni a los demás; por ejemplo, si el niño está enojado, solo se lo hacemos notar: “en este momento estás enojado”, sin decirle: “eres un enojón”, ya que en realidad no siempre está enojado.
Si observamos lo que nos ocurre momento a momento, nos daremos cuenta de que los pensamientos y las emociones pasan, no permanecen por siempre con nosotros, tal vez van y vienen, pero finalmente siempre se van. Podemos sentir alegría y felicidad en un momento, y al siguiente momento percibir tristeza y sufrimiento; estos estados se alternan, cambian continuamente; lo pertinente es observarlos, aceptarlos y no excluirlos, siempre manteniendo la ecuanimidad.
6.- Incluir todo. Cuando estamos atentos a lo que está teniendo lugar en cada momento, advertimos que varias cosas suceden al mismo tiempo; por ejemplo, escuchamos un perro ladrar, pero en el mismo instante vemos el contraste de luces y sombras, sentimos comezón en la espalda y tal vez notamos alguna emoción como tristeza o alegría. Todo está pasando al mismo tiempo; al practicar no dejamos nada afuera. Con frecuencia hay algo que sobresale o capta nuestra atención como sería, tal vez, el canto de un pájaro, un estornudo nuestro, o un dolor en el cuello. Si permitimos que el dolor entre en nuestra consciencia, este empieza a desaparecer poco a poco. Consideramos que la mente está abierta, sin límites y cuenta con mucho espacio. En la vida cotidiana habrá que estar totalmente atentos a lo que decimos, sentimos, pensamos o hacernos (habla, mente y cuerpo); incorporamos todo. Con la práctica podemos llevar la atención instantánea y constante a las actividades diarias, como cepillarse los dientes, comer, bañarse, lavar los trastes, etcétera.
Cuando atendemos al momento presente, surge espontáneamente, sin ningún esfuerzo de nuestra parte, la sensación de saber exactamente lo que está pasando. Esta sensación es la señal inequívoca de que estamos en el estado adecuado.