Seamos niños, jóvenes o adultos, siempre cabe la posibilidad de ser abrazados por lecturas que nos enseñan y recuerdan lo esencial de la vida, como Momo o El principito.

¿Recuerdan algún libro que los haya abrazado, incluso apapachado? ¿Uno de esos libros –quizá leído por mamá o papá en nuestra lejana infancia del “había una vez”; o por nosotros mismos en la turbulenta juventud– que sientan que los haya comprendido, que les hablaba precisamente a ustedes, que en el momento de la lectura se convertía en su mejor amigo? Creo que ese libro nunca se olvida. Y también creo que esa sensación de abrazo puede volver con relecturas en edades más maduras, aunque nos hayamos vuelto lectores más exigentes.

Tal vez hayamos olvidado la trama de aquel libro amado, y solo evoquemos algunas frases y escenas sueltas de la historia; pero estoy seguro de que esa obra está guardada en uno de los estantes de nuestros corazones, y la podemos recordar en un momento insospechado y, en ocasiones, tan necesario. Es más, “recordar” viene del latín recordarire (de nuevo) y cordis (corazón): volver a pasar por el corazón. Algo así me sucedió una noche reciente en la que descubrí a mi hijo de 13 años leyendo un libro que leí en mi adolescencia y me marcó para siempre.

El consuelo y la sabiduría de Momo

Convertido en un hombre gris, agobiado por el tictac de los deberes cotidianos, yo cruzaba la sala de la casa, donde mi hijo, en un sillón de la sala, con los pies descalzos subidos en el asiento, envuelto en una cobija e iluminado por la suave luz de una lámpara de piso, leía una vieja edición de la novela Momo (1973) de Michael Ende, cuyas tapas se habían desprendido y ahora funcionaban como separador de páginas. Su rostro reflejaba a la vez concentración y deleite; ni cuenta se dio de mi presencia.

Al contemplar ese momento de mi hijo con Momo, sentía que me tranquilizaba y, en efecto, recordé que esa novela me abrazó cuando la leí por primera vez. No recuerdo cómo llegó ese libro a mí. ¿Cómo habrá llegado a él? Juan Villoro escribió que ciertas historias buscan a sus lectores. Por supuesto que yo deseaba que mi hijo leyera esa novela, pero esperaba a que cumpliera los catorce o quince años, porque Momo, aunque considerada una novela de hadas, rebosa simbolismos, dimensión filosófica y crítica a las sociedades modernas tantas veces injustas.

Deduzco que mi hijo y Momo se encontraron también porque anteriormente, tanto su mamá como yo, le habíamos leído respectivamente en voz alta otras dos novelas de Ende: la maravillosa y monumental La historia interminable y la divertida El ponche de los deseos. Así que él se lanzó solo a la aventura con Momo, que es mi historia favorita de ese gran maestro de la literatura infantil, ya que poseía un manantial de imaginación; sus historias enganchan: entras y eres parte de ellas, y te hacen reflexionar, sobre todo Momo.

De hecho pienso, como seguramente muchos de sus lectores, que Momo es una novela imprescindible para niños y adultos, porque está repleta de sabiduría. Por eso también ha llegado a considerarse un clásico: no tiene rangos de edad. En este sentido, podría compararse con la más conocida El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, igualmente honda en sabiduría, pero atemporal, con un sesgo de nostalgia y que, si bien dedicada a los niños, la deberían leer especialmente los adultos. Aunque Momo podría encajar más con la sociedad actual, con lo que a diario vivimos tú, yo y nuestros hijos.

Momo es una niña harapienta de ojos grandes y silenciosa que vive en las ruinas de un anfiteatro romano. Es capaz de algo tan importante e inusual en nuestros tiempos modernos: escuchar a los demás, sea quien sea. La persiguen los hombres grises, seres que, sin que la mayoría de los adultos se dé cuenta, van invadiendo la ciudad y tomando posesión de la gente al chuparles, como sanguijuelas, su tiempo, por lo que las personas tienen cada vez menos tiempo y espacio para convivir, sobre todo con los niños. ¿Les suena parecido a la realidad?

En un momento de la novela, el joven ocioso e inventor de historias Gigi, y gran amigo de Momo, se dirige a un grupo de niños reunidos en el anfiteatro habitado por su amiga, y les dice:

Antes, a la gente le gustaba venir a ver a Momo, para que les escuchara. Se encontraban a sí mismos, ¿entendéis lo que quiero decir? Pero ahora, eso ya no les importa. Antes, a la gente también le gustaba venir a escucharme. Se olvidaban de sí mismos. Eso tampoco les importa mucho ya. Dicen que ya no tienen tiempo para esas cosas. Para vosotros tampoco tienen tiempo ya. ¿Os dáis cuenta? Resulta curioso ver para qué no tienen tiempo ya.

A través de una protagonista extraordinaria, variados personajes y una historia fabulosa, Momo nos enseña y recuerda lo esencial de la vida que debería permanecer en nosotros. Pero ¿qué es lo esencial? Creo que los niños, con sus juegos, imaginación y silencios, podrían respondernos esta pregunta mejor que muchos adultos, tan realistas, productivos y serios. Lo esencial, me aventuro a mencionarlo, puede ser disfrutar los momentos sencillos con personas cercanas. Un juguete sofisticado –como aquella muñeca pedigüeña con la que los hombres grises quieren seducir a Momo– nunca sustituirá a un grupo de niños jugando con libertad.

Supongo que el paso del tiempo y la relectura permiten ver con mayor claridad cuestiones planteadas en Momo, una historia visionaria que avisa y prepara al lector joven para las trampas que pueden venir en el futuro: las prisas, la competencia desleal, la incomunicación, la sensación de perder el tiempo si no es productivo, el consumismo rampante, las rutinas automatizadas, los artilugios caros, etcétera. Y nos devuelve a una pregunta conocida, pero siempre fundamental: ¿somos lo que queremos ser o lo que otros quieren que seamos? O ¿por qué lo hago?, ¿para qué?, ¿para quién? 

Abrazado por el hijo

El ejercicio de vivir, si prestamos atención, puede estar lleno de detalles luminosos en el día a día, y así puede resultar fantástico y apetecible. En un momento que yo estaba abrumado, el simple hecho de encontrar a mi hijo envuelto en una cobija y leyendo un libro entrañable me hacía sentir que él, sin saberlo, me abrazaba y me invitaba a recordar las cosas verdaderas e importantes.

¿Qué habrá comprendido mi hijo de la lectura de Momo? ¿Se habrá sentido también abrazado por esa novela? Antes de hacerle cualquier pregunta, prefiero darle tiempo para que la digiera. O ¿acaso hay prisa para eso?