Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo.

En su célebre libro El hombre en busca de sentido (1946), el neurólogo, psiquiatra y filósofo austriaco Viktor E. Frankl (1905-1977) narra que —en uno de los campos de concentración nazis donde sobrevivió desde 1942 hasta 1945— se le ofreció ir de voluntario a otro campo destinado a enfermos de tifus para desempeñar tareas sanitarias. Sus amigos le desaconsejaban hacerlo porque, afirmaban, eso era una muerte segura. Sin embargo, Frankl decidió ir como voluntario, pues pensó “que tenía más sentido intentar ayudar a mis camaradas como médico que vegetar o perder la vida trabajando de forma improductiva como hacía entonces. Para mí era una cuestión de matemáticas sencillas y no de sacrificio”.

Esta anécdota de Frankl es un ejemplo extremo y representativo de dotar a nuestra vida de significado. “Muchas veces es precisamente una situación externa excepcionalmente difícil lo que da al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo”, señala también el profesor Frankl en su famoso libro. Y añade:

Muchos de los prisioneros del campo de concentración creyeron que la oportunidad de vivir ya se les había pasado y, sin embargo, la realidad es que representó una oportunidad y un desafío: que o bien se puede convertir la experiencia en victorias, la vida es un triunfo interno, o bien se puede ignorar el desafío y limitarse a vegetar.

Cuando Frankl escuchaba a algún compañero expresar que ya no esperaba nada de la vida, procuraba inculcarle un porqué —una meta— en su vida, con el fin de motivarlo a soportar el terrible cómo de su existencia. “Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y, después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros”.

Es decir, como también explica Frankl, no deberíamos preguntarnos tanto el significado de la vida, sino “pensar en nosotros como seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente”. De hecho, el significado de la vida difiere de una persona a otra. “Vida no significa algo vago, sino algo muy real y concreto que configura el destino de cada hombre, distinto y único en cada caso”.

Como ejemplo, Frankl cuenta acerca de dos compañeros del campo de concentración que ya no esperaban nada de la vida. Sin embargo, a uno le quedaba un hijo a quien adoraba y que lo esperaba en el extranjero; al otro —un científico— le esperaba una publicación importante que debía concluir. El padre debía aceptar que nadie le reemplazaría y el científico que nadie podría finalizar su obra. Dos casos distintos que tienen metas y responsabilidades diferentes: una actitud de amor y una actividad creativa. 

Son porqués de sus respectivas existencias. “El hombre que se hace consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa nunca podrá tirar su vida por la borda”, concluye Frankl.

¿Qué te proporciona ikigai (o cuál es tu razón para vivir)?

Ikigai es una palabra que se escucha mucho en Japón. No es un término fácil de traducir con exactitud al español; más o menos significa “una razón para vivir” o —utilizando términos de Frankl— “el sentido de la vida”. En Japón, ikigai también se define como “alegría y una sensación de bienestar por estar vivo” y “darse cuenta del valor de estar vivo”. Por eso, los japoneses acostumbran decir “mis amistades son mi ikigai“, “mis hijos son mi ikigai”, “mi equipo de béisbol es mi ikigai” o “mi trabajo es mi ikigai“. También podríamos expresar: “mis alumnos son mi ikigai”, “mi comunidad es mi ikigai” o “la conservación y promoción de la cultura maya son mi ikigai”. De hecho, un gran número de japoneses piensa que una de las razones de la longevidad de su población se debe a que es una sociedad que cultiva el ikigai.

El sentido de propósito en el modelo de mediación dia

Igual que el sentido de la vida de Frankl o el ikigai japonés, el sentido de propósito es lo que mueve a las personas a llevar a cabo cierta acción. En su libro Un camino para ser y trascender (2020), Claudia Madrazo menciona que la mediación dia busca que “la persona construya las estructuras de aprendizaje y adquiera las herramientas necesarias para desenvolverse a lo largo de la vida y, sobre todo, que despierte o cultive su sentido de propósito, responsabilidad y compromiso”.

La Universidad de Colorado realizó una investigación de los efectos del modelo de mediación dia en las aulas. Respecto a este trabajo, Claudia explica en su libro:

Posiblemente el resultado que más me ha sorprendido de la investigación es el impacto que el modelo tiene sobre la identidad y el sentido del propósito. Tanto en los maestros como en los estudiantes se reveló una modificación significativa en la manera en que se percibían y se reconocían a sí mismos.

En el mismo libro se cita el comentario de una docente después de que utilizó el programa dia en sus clases: “Ahora puedo decir que me emociona y me pone feliz ser maestra. Me siento optimista de que, con mi cambio de actitud y de forma de trabajar, puedo lograr muchas cosas en beneficio de mis alumnos, y sé que pueden trascender”.

Lo que gira alrededor de la razón de existir

Podríamos visualizar el sentido de la vida —o el ikigai, o la razón de existir, o el sentido de propósito— como un sol cuyo alrededor giran preguntas tales como:

  • ¿Qué es lo que amo?
  • ¿Qué me apasiona?
  • ¿Cuál es mi misión?
  • ¿Cuál es mi vocación?
  • ¿Para qué soy bueno?
  • ¿Cómo puedo obtener beneficios con lo que hago?
  • ¿Cómo aporto al mundo?
  • ¿Cuáles son las necesidades del mundo?
  • ¿Qué es lo que me mueve en mi día a día?
  • ¿Para qué lo hago y por qué?