La primera vía a través de la cual los seres humanos experimentamos el entorno son los sentidos. Antes de que nuestro cerebro aprenda a desenredar los mensajes encriptados en los medios escritos, los ojos identifican colores y figuras y reconocen espacios seguros y personas conocidas. Es la imagen, antes que la letra, la que invita a la pupila a asimilar el mundo. Conforme vamos creciendo, estos sentidos comienzan a refinarse: la lengua ya no solo prueba, sino que también habla, el olfato empieza a clasificar aromas en categorías más específicas que solo el gusto y el asco, podemos reconocer palabras en los sonidos, ya no necesitamos meter la mano al fuego para reconocer que está caliente, y los ojos se alfabetizan para ampliar el horizonte hacia el terreno de la literatura y las matemáticas. De este modo, vamos aprendiendo a utilizar los sentidos como herramientas ya no solo para interiorizar el mundo, sino también para reconocernos y enunciarnos como parte de él.


La vista es probablemente el sentido sobre el cual se colocan más reflectores. Pensemos en nuestras actividades cotidianas: ¿cuántas no implican al ojo? En la era del WhatsApp y las redes sociales, pero sobre todo en los últimos dos años en los que la virtualidad se ha convertido en parte de la cotidianidad, cada vez es más frecuente sustituir un “te escucho” por un “te leo”. La realidad es que se nos va la vida en mirar, pero ¿cuánto tiempo le dedicamos en realidad a reflexionar sobre la forma en la que lo hacemos? ¿Cuántas veces hacemos un esfuerzo consciente por observar? ¿Cómo nos educamos en el arte de ver?

Si el ojo ha sido desde siempre un recurso primordial para asimilar la realidad, es natural que su inserción en el ámbito educativo se dé de manera orgánica. Sin embargo, la metodología dia entiende la vista no solo como un medio, sino como un fin en sí misma. Porque ver no es un acto pasivo, la acción no termina en el momento en el que la luz se refracta en la retina —al contrario, ahí es donde el evento comienza—, en lo que debemos enfocarnos es en lo que viene después. El acto de ver nos permite poner en marcha un mecanismo inventivo que reconoce, interpreta y responde a aquello que miramos, haciéndonos partícipes de su existencia. El acto de mirar es, en fin, un acto creativo y vinculativo.


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Aprender a través del arte

En el libro Un camino para ser y trascender (2020), Claudia Madrazo describe el arte como una manifestación de la humanidad con todas sus implicaciones: la obra de arte da cuenta de la cosmovisión, las ideas, las costumbres, los gustos, los miedos y los sentires de una persona en su determinado contexto. La obra de arte como “un proceso que solo encuentra plenitud cuando el espectador entra en contacto con ella y, en este encuentro, la contempla, la vive, la interpreta y la siente”. Así pues, el arte sucede cuando el ojo encuentra la obra y se genera un diálogo.


Al utilizar el arte como vehículo educativo, se despierta la sensibilidad estética de los alumnos, se amplían los lenguajes formales y contextuales para nombrar y compartir lo que se observa en la obra, y se genera una actitud sensible y comprometida con el entorno. La misión de la especialidad Caleidoscopio: El arte de ver es despertar y cultivar la necesidad de conocer, comprender e interpretar de alumnos y maestros (sobre todo de secundaria y educación media y superior, aunque también se ha trabajado con estudiantes más jóvenes), de manera que aprendan a observar, pensar y dialogar en forma activa. Así, la cultura se percibe como una construcción en la que todos podemos participar. 


¿Por qué Caleidoscopio?

La palabra “caleidoscopio” viene de la unión de tres palabras griegas: kalós, que se traduce como “bella”, éidos, que es “imagen”, y scopéo, que significa “observar”. Así como un caleidoscopio cambia la imagen que vemos en forma continua, este programa nos abre los sentidos para entender el arte como parte de la vida. A partir de esta concepción, los alumnos desarrollan herramientas psicoemocionales y lingüísticas que transforman su percepción del entorno y la manera en la que se involucran con él. 


Los caleidoscopios, además de fascinarnos con sus extravagantes colores y patrones, nos recuerdan que existen tantas posibilidades como miradas, y que aquello que observamos depende en gran medida del sitio desde el cual lo vemos. Es por esto que tanto el autoconocimiento como la escucha son fundamentales para apreciar y compartir las visiones que conforman el mundo. 


¿Cómo funciona el programa?

Esta propuesta pedagógica se apoya en la metodología día (Desarrollo de la Inteligencia a través del Arte) para promover un espacio de diálogo en el que los estudiantes aprendan a conceptualizar sus propias observaciones e interpretaciones de manera consciente y reflexiva. En el caso particular de Caleidoscopio, el maestro media en cuatro dimensiones relacionadas con la obra de arte y la expresión artística:

El análisis e interpretación del lenguaje formal, es decir, los elementos que conforman la obra.

El análisis e interpretación del contexto histórico, social, ambiental y cultural de la obra.

La construcción de significados personales y colectivos de las distintas manifestaciones culturales.

La expresión creativa de los alumnos para fomentar la comprensión de los lenguajes artísticos, la creatividad y el autoconocimiento.

El programa sigue una estructura cronológica y está dividido en tres niveles (cada uno de un ciclo escolar de duración) y cada nivel se abarca en un volumen distinto de Caleidoscopio. El primer nivel va del arte de las cavernas hasta el Renacimiento, el segundo, del arte barroco al impresionista, y finalmente el tercero, que abarca desde el posimpresionismo hasta el arte contemporáneo. Cada sesión dura 60 minutos e idealmente debe impartirse al menos una vez por semana. Cada lección se compone de tres sesiones: las primeras dos se utilizan para observar y discutir la obra, y la tercera se dedica a diversos ejercicios creativos. 

Cada imagen viene acompañada de distintos elementos de información para guiar la mediación:

Ficha técnica

Imagen

Preguntas de la imagen enfocadas en tres aspectos de exploración: lenguaje formal (3a), contexto (3b) y significación personal (3c).

Conceptos referentes a los elementos y procedimientos formales de la imagen.

Datos contextuales de la obra.

Al final de cada lección, el mediador encontrará una ficha de cierre donde se reúnen las imágenes de todas las sesiones para dar pie a un ejercicio de comparación para identificar, nombrar y generalizar algunas características que definen ese periodo de la historia del arte.


Los beneficios de aprender a mirar

Como ya se ha planteado, los sentidos son nuestra principal vía de acceso al mundo. Al conjugar esta capacidad sensorial con la experiencia y el conocimiento de cada persona, obtenemos un sinfín de percepciones distintas, como los juegos de formas y colores de los caleidoscopios. En un mundo en el que los sentidos y la razón se ven constantemente saturados, es importante pausar y recordar las complejidades de nuestro entorno y las personas que lo comparten con nosotros. 

Tenemos la responsabilidad de transformar nuestros esquemas mentales para retomar un rumbo más empático, sustentable, sensible y tolerante en el que se entienda que cada proceso, interno o externo, se relaciona con otro, y que cada uno de nosotros es parte de ese flujo vital. Este cambio debe comenzar a germinar desde la educación, no solo en su contenido sino también en su forma. 

Como el propio libro plantea dentro de sus fundamentos: “Para que un individuo desarrolle esta nueva conciencia cultural se plantea la necesidad de una educación que produzca las facultades cognitivas y socioafectivas de la persona, las cuales le permitan comprender e incidir en la complejidad de la realidad. Consideramos que mediante el arte y su historia es posible generar tales facultades”. 

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