La investigadora y maestra tiene más de 20 años en el campo de la educación. Ha sido coordinadora de la especialidad en Educación Socioemocional en la Universidad Iberoamericana.
¿Cómo surgió tu inquietud e interés por la educación socioemocional?
Yo creo que todo surge a partir de mi interés inicial sobre los procesos de aprendizaje y enseñanza. Para mí, el aprendizaje es una de las habilidades que considero innatas en el ser humano: esa capacidad de aprender acerca de las cosas a través de la interacción con otros, con los objetos y con el contexto, lo que podríamos llamar el mundo físico. Y esta posibilidad también de plantear o de imaginar, desde la fantasía o el imaginario, realidades posibles.
Pienso que aprender es fundamental, no solamente como algo en nuestra vida, sino en términos de lo que nos define como seres humanos. Desde esa búsqueda por entender los procesos de aprendizaje y su contraparte, la enseñanza, y de la posibilidad de aprender de manera conjunta con el otro o desde el otro, es de donde nace mi inquietud y deseo por entender el papel que juegan las emociones, pues considero que aprender emociona.
Aprender es, o debería ser, algo emocionante, ya que, si no te emociona, no lo aprendes.
¿Cómo forman las emociones parte del proceso de aprendizaje?
La emoción está intrínsecamente ligada al proceso de aprender o de construir lo que sería el modelo de comprensión acerca de un fenómeno. En ese sentido, si bien hay un componente cognitivo que tiene que ver con cómo entendemos, cómo organizamos, cómo categorizamos y cómo se clasifica y ordena la información, otro componente fundamental en este proceso es la emoción, porque desde la emoción también nos acercamos al objeto del conocimiento.
Desde la emoción, por ejemplo, a partir de la sorpresa o la curiosidad, se puede despertar el interés por aprender. Y también es desde la emoción que se modulan tres funciones ejecutivas que intervienen en el proceso de aprender, que son: la atención, la concentración y la memoria. Las emociones tienen una suerte de gobierno o de impacto sobre estas tres funciones ejecutivas. Nadie que está demasiado estresado, aterrorizado o enojado tiene suficiente atención o concentración para dedicarle tiempo y esfuerzo al aprendizaje.
Además, las emociones también alimentan a otro componente fundamental del aprendizaje: la motivación, las ganas por aprender, la perseverancia para seguir adelante a pesar de la adversidad, para tratar de resolver un problema o situación. Asimismo, desde las emociones construimos la resiliencia, tanto la resiliencia académica como la resiliencia existencial en la vida, que tiene que ver netamente con el entusiasmo y el poder mantener una mirada optimista y objetiva. Para mí, emoción y aprendizaje siempre han estado de la mano.
La crisis del coronavirus por la que el mundo atravesó, fue una prueba de fuego para el manejo de nuestras emociones.
Una situación como la pandemia nos obligó a repensar aquellas provisiones o habilidades o formas en las que el ser humano puede lidiar con los retos en el presente actual, así como hacia el futuro, y con la incertidumbre que todo ello implica.
En momentos de crisis e incertidumbre, hay variables que se escapan al control lineal y causal al que estamos acostumbrados, y ello puede generar disonancias a nivel cognitivo y afectivo; es entonces que las habilidades socioemocionales tienen que mediar entre la nueva realidad y condiciones que estamos viviendo, y lo que se requiere a nivel personal y colectivo para poder adaptarnos a estas circunstancias, no solo de manera efectiva, sino positiva y creativa.
La importancia de las habilidades socioemocionales.
¿A qué se debe este fenómeno o boom del reconocimiento de las emociones en la actualidad?
Esto viene desarrollándose desde la década de los 90 del siglo pasado, que fue llamada “década del cerebro”: un momento en la historia de las neurociencias en la que hubo muchos recursos y grupos de investigación dedicados al estudio del cerebro. Estas investigaciones nos invitaron a entender, sobre todo, que el modelo tradicional —el cartesiano—, en el cual se separa la mente y lo racional de la emoción (“Pienso, luego existo”), no está del todo correcto, ya que en realidad las emociones y la cognición generan una especie de conjunto integrado de funciones.
António Damásio fue uno de los principales investigadores sobre este tema en aquel tiempo, y lo sigue siendo. Sus investigaciones arrojaron luz sobre la relación entre cognición y emoción, y ello derivó en lo que actualmente se conoce como el “pensamiento emocional”, que implica esta íntima relación entre los procesos cognitivos y las experiencias y procesos emocionales. En ese sentido, al igual que necesitamos alfabetizar, aprender matemáticas u otros conocimientos disciplinares, necesitamos “alfabetizar” sobre el mundo de las emociones.
El ser humano tiene, de origen, capacidades y potencialidades socioemocionales. Por ejemplo, somos empáticos por naturaleza, lo que fue otro de los descubrimientos de aquella década del cerebro. Vittorio Gallese, en su laboratorio con macacos, descubrió que existen a nivel de la ínsula, que es una región en el lóbulo temporal de nuestro cerebro, y a nivel del lóbulo prefrontal, unas neuronas llamadas “neuronas espejo”, que se activan de manera natural, tanto en los seres humanos como en otros primates, y que nos permiten revivir, dentro de nuestro propio organismo y cerebro, lo que vive el otro; podemos simular lo que siente y hace el otro.
Somos, pues, naturalmente empáticos, podemos recrear al otro dentro de nosotros. No obstante, la empatía necesita cultivarse o educarse, de tal suerte que uno pueda robustecerla hacia otro tipo de acciones, como la solidaridad. Una empatía que sea generosa en tanto a reconocer en el otro sus particularidades, con todo el aprecio hacia la diversidad y con todo el respeto que ello representa. Así como darnos cuenta de que el otro, como yo, desea vivir en paz, tener relaciones interpersonales positivas, encontrar momentos de calma y de disfrute en la vida, y que también sufre, por lo que podemos también, desde la empatía, generar acompañamiento mutuo ante el dolor. Y todo eso nos va dando un sentido mucho más íntegro de comunidad.
Ahora que mencionaste al neurólogo António Damásio, me recordaste su libro El error de Descartes, en el que justo se describe, entre otros asuntos, la transformación del concepto “pienso, luego existo” a “siento, luego existo”. Sin embargo, ¿no crees que debemos reflexionar o rectificar antes de actuar de inmediato? Por ejemplo, actualmente en las redes sociales hay mucho linchamiento que no parte de una reflexión o habilidad emocional; o, a veces, ponemos “Me gusta”, pero luego nos arrepentimos por no pensarlo un poco más.
Todas las personas tienen sus disparadores emocionales, y ello tiene que ver en gran medida con el contexto en el que nos desarrollamos, la forma en la que aprendemos a convivir y mirar el mundo: ¿a qué le damos importancia y a qué no?, ¿qué nos molesta o afecta y qué no?, etcétera. De manera que ciertos estímulos generan reacciones inmediatas, mientras que otros no.
La educación emocional nos lleva a preguntarnos: ¿cómo es la mejor forma de responder ante un cierto estímulo, para no reaccionar en automático? Pues, si bien una situación o estímulo me puede hacer enojar mucho, ese enojo va a pasar, eventualmente se va a disipar porque el organismo mismo genera un proceso de disipación del estado refractario emocional para regresar a un estado de equilibrio. El problema es lo que hice durante ese momento de enojo, de reacción, pues mis acciones pueden tener consecuencias de largo plazo. Si me ganó el calor del momento, y respondí con una agresión, o di un golpe, o insulté a alguien, esas reacciones pueden tener una consecuencia duradera que pueden lastimarme a mí, a otro e incluso a otros más. Por eso es importante aprender sobre nuestros estados emocionales, cultivar la autoconciencia o conciencia emocional. Parte de aprender a regular las expresiones emocionales tiene que ver, justamente, con reconocer estas situaciones y estímulos que generan en mí reacciones que no necesariamente son propositivas o constructivas.
A veces, la promoción del bienestar en la sociedad actual parece obligatoria, incluso impuesta como si fuera una “dictadura de la felicidad”, al grado de que nos podemos sentir culpables por estar tristes, nostálgicos o enojados…
Cuando hablamos de educación socioemocional, no se trata de domesticar las emociones. La respuesta instintiva es necesaria, pues en ocasiones nos ayuda a enfrentar situaciones adversas. Por ejemplo, si estamos ante un peligro inminente, como una situación de desastre natural, o me va a atacar algo o alguien, mi organismo responde y me da la fuerza muscular para correr, para enfrentar la situación, para mirar alrededor las posibilidades de salvaguardar la integridad, el bienestar y hasta la vida.
La educación socioemocional, más bien, tiene que ver con comprender que mi cerebro, que es un cerebro muy antiguo evolutivamente hablando, está programado para responder ante la amenaza de una manera reactiva, porque en tiempos pasados era necesario, pero que, hoy en día, muchos de los estímulos que nos generan temor, enojo o angustia no necesariamente ponen en peligro nuestra vida, de manera que reaccionar no siempre es necesario, ni pertinente, e incluso puede afectar mi propio bienestar y el de los demás.
Por ejemplo, al reaccionar con enfado, miedo o violencia a situaciones como el tener que pagar el estado de cuenta de la tarjeta de crédito, o los impuestos, o ante la carga de trabajo, o al tráfico, o cuando respondemos reactivamente a los comentarios que nos hace alguna persona, y que interpretamos como un insulto o amenaza, como en el caso de las amenazas que podría hacernos nuestro jefe, o una maestra regañona; todas estas situaciones que el cerebro interpreta como adversas y, a las que, por lo tanto, reacciona instintivamente e impulsivamente.
La sociedad moderna occidental vive estresada, y ello puede llegar a generar irritación y “reactividad” emocional que se necesita trabajar, educar, para que no desemboque en malestar emocional o en violencia. Necesitamos entender que no es lo mismo enfrentarse a un oso grizzli que al tráfico de la ciudad. Debemos aprender a manejar los estados de amenaza del mundo moderno con nuestro cerebro antiguo; y, por lo tanto, parte de educar las habilidades socioemocionales tiene que ver con diferenciar esta situación, para tener una mayor gama de posibilidades de respuesta, porque lo que queremos es conservar el bienestar propio y el de los demás, de manera que mis respuestas emocionales no lastimen, ni a mí ni a otros, y que no sean destructivas o violentas.
No obstante, hay que aclarar, respecto al bienestar y al optimismo, y la “dictadura de la felicidad” que mencionaste, que tampoco se trata de cultivar un bienestar egoísta (individualista), o un optimismo ingenuo, al decir que todo va a estar bien o que no pasa nada a alguien que ha sufrido una pérdida.
La educación emocional parte de reconocer, en ese sentido, que sí pasa algo, que puede haber dolor o carencia, y que es importante reconocerlo y aceptarlo, así como es importante pasar por los momentos de duelo, de tristeza, de rabia, de inconformidad, etc.; pero, para trascenderlos, se requiere de algo más que patadas y gritos. Las patadas (metafóricamente hablando) son una parte del duelo y de la rabia o la indignación, sin embargo, para salir adelante, para transformar la situación que genera malestar, se necesita también de una mirada asertiva, creativa y proactiva. Si el contexto es receptivo y genera condiciones de contención empática y respetuosa, que den cabida a la expresión y la reflexión, al diálogo, incluso desde el dolor o el enojo, entonces, esto es todavía más potente para generar un cambio, no solamente de las condiciones materiales, sino también de la conciencia, que permitan entendernos de una manera distinta, y no solamente desde la rabia, el dolor o la angustia.
¿Debería integrarse la educación socioemocional como una asignatura más en el currículo escolar?
Yo pienso que habría que encontrar un lugar en la escolarización para la educación socioemocional, un espacio como aprendizaje estratégico dentro del currículo. De hecho, México es uno de los pocos países en el mundo que ha incorporado la educación socioemocional en sus planes y programas de estudio. Esto fue en 2017, cuando el país se atrevió a innovar al generar una propuesta distinta en términos de diseño curricular y de lo que podrían ser aprendizajes básicos indispensables del trayecto formativo escolar, desde el preescolar hasta la educación media superior.
“México es uno de los pocos países en el mundo que ha incorporado la Educación Socioemocional en sus planes y programas de estudio.“
En este sentido, debemos reconocer y aplaudir al sistema educativo mexicano. Y dado que en nuestro país prevalecen estadísticas de violencia social altísimas, deberíamos de continuar incorporando la educación socioemocional en los programas de estudio, que cambian con cada sexenio.
¿Consideras necesario que haya maestros o mediadores especializados en la educación socioemocional? O, ¿todo docente de cualquier asignatura debe tener una base de educación socioemocional?
En un mundo muy perfecto, me parece que todos los adultos que estamos en los contextos de formación de los niños, adolescentes y jóvenes tendríamos que tener unos principios básicos de educación socioemocional, no solamente a nivel de la escuela, sino también en las familias. Madres y padres tenemos que formarnos también para poder acompañar a nuestros hijos, así como para poder acompañarnos como pareja.
Pero, me preguntas específicamente de los docentes, y te respondo que sería muy recomendable que pudiéramos formarlos, además de en su especialidad pedagógica y didáctica, en educación emocional. De manera que empiecen por ellos mismos a trabajar sus propias competencias socioemocionales, a desarrollar su conciencia emocional, su capacidad de regulación emocional, que aprendan a colaborar, a dialogar entre pares, a desarrollar una mirada y una escucha más empática para que así puedan modelar esto que queremos enseñar a los estudiantes. No se enseña lo que no se tiene.
“Cultivar las habilidades socioemocionales también nos permite un cambio de conciencia".
Como docentes, necesitamos trabajar primero nosotros mismos estas habilidades. Yo no puedo enseñar matemáticas si no sé matemáticas. Con esto quiero decir que se modela el saber, el hacer y el ser, y, aunque no siempre vamos a actuar con inteligencia emocional —es decir, algunas veces vamos a reaccionar en vez de responder—, el hecho de tener conciencia de que reaccioné y que eso llevó a una situación dolorosa o lastimosa en algún momento dado, ya es un aprendizaje que puedo y debo modelar. Cultivar las habilidades socioemocionales también nos permite un cambio de conciencia, de saber que me puedo equivocar, que puedo rectificar y, además, que puedo ser explícito en la rectificación. Yo puedo decir: “Me equivoqué: grité porque estaba muy enojada, y sé que eso los pudo haber lastimado. Les pido una disculpa”. Si yo modelo estas actitudes, entonces los más jóvenes pueden aprender a partir de mi conducta.
Asimismo, en términos más operativos y organizacionales, al interior de lo que sería la gestión escolar, sería recomendable tener figuras o cuerpos académicos que pudieran tener mayor conocimiento sobre el desarrollo de las competencias emocionales. Así como está el profesor que es especialista en Matemáticas, Biología, Lengua o Deportes, que también hubiera figuras académicas que fueran especialistas en Educación Socioemocional que pudieran nutrir de manera constante a la comunidad escolar, incluidas las familias.
Por último, trabajar las habilidades emocionales es algo de todos los días y de toda la vida, porque la vida cambia y todos los retos que creías superados pueden evolucionar o cambiar en nuevos retos, y entonces será necesario volver a afinar estas habilidades de manera que puedas enfrentar lo siguiente.