El liderazgo, en general, se ha percibido bajo la idea de que son los líderes quienes deben resolver y tener las respuestas a los problemas, quienes deben tener una gran capacidad de decisión y control, pues son ellos quienes saben qué hacer en situaciones emergentes; sin embargo, vivimos en un mundo complejo, en un mundo con grandes cambios y exceso de información que requiere de nuevos liderazgos, ya que los retos a los que nos enfrentamos hoy no tienen precedentes.

En el ámbito educativo, es importante, con un sentido de urgencia, abandonar nuestra idea del líder como héroe para transformarla en líder como anfitrión. Necesitamos desarrollar nuevas maneras de comunicarnos y construir juntos, de transformar los espacios en los que interactuamos, de promover redes de confianza que empiecen a prosperar a través del diálogo y la escucha, de crear bienestar dentro de las comunidades educativas a través de comprensiones compartidas como metas e intenciones comunes.

Considerando a los líderes educativos como agentes de cambio y transformación social, es fundamental el desarrollo de habilidades y capacidades que ayuden a impulsar el potencial humano y la calidad de vida. Este camino de desarrollo personal del líder requiere de voluntad, apertura de mente y corazón, y de sentido de propósito.

Del ego-sistema al eco-sistema

La transformación del líder, como ha explicado Otto Scharmer, implica un cambio desde una conciencia de ego-sistema, que se interesa por el bienestar individual y personal, a una conciencia de eco-sistema, que se interesa por el bienestar de todos, en su conjunto, incluido uno mismo. Este cambio de conciencia desde el ego-sistema al eco-sistema empieza a evolucionar, moviéndonos de la imposición a la contribución, del yo resuelvo a todos juntos, de ganar/perder a co-crear, de un yo individualista a un yo colectivo.

Especialistas en liderazgo sistémico como Peter Senge, Margaret Wheatley y Deborah Frieze, entre otros, concuerdan que las habilidades fundamentales de los líderes en los eco-sistemas educativos varían considerablemente en términos del enfoque del bienestar colectivo; por ende, generan un efecto notablemente similar en la evolución del sistema. Con el transcurso del tiempo, su firme dedicación hacia "el bienestar del conjunto" se expande para fomentar una dedicación similar en otros individuos.

Scharmer describe al liderazgo colectivo o liderazgo sistémico como una alternativa para abordar los desafíos de cambio, transformación y transición que permita a los líderes educativos afrontar los retos de la educación de una manera consciente, sensible y asertiva, ayudando a generar un bien común e impulsar el bienestar de la totalidad.

El mismo Scharmer, autor del libro Leading from the Emerging Future (2009), también menciona que necesitamos desarrollar nuevas maneras de comunicarnos y construir juntos, de transformar los espacios en los que interactuamos, de promover redes de confianza que empiecen a prosperar a través del diálogo y la escucha, y de crear bienestar dentro de las comunidades educativas a través de comprensiones compartidas e intenciones comunes, propiciando un estado de contribución, empatía y apertura.

Una transformación de nuestro mundo interior

Si consideramos a los líderes educativos como agentes de cambio y transformación social, es fundamental el desarrollo de habilidades y capacidades que ayuden a impulsar el potencial humano y la calidad de vida, enfocándose hacia un cambio interior que nos ayude a plantearnos metas para conseguir una identidad más constructiva. Figurativamente, es un cambio que nos exige expandir nuestro pensamiento desde la cabeza al corazón, abandonado una ideología racional a una de corte más holístico, comprendiendo que toda acción no solo está ligada a un proceso cognitivo, ya que también es psico-socio-emocional.

Claudia Madrazo, en su libro Un camino para ser y trascender (2020), comenta:

La relación con nuestro mundo interior nos permite reconocer y valorar las herramientas y recursos con los que contamos e identificar lo que requerimos para hacer frente a las circunstancias o situaciones que vivimos en momentos determinados. Asimismo, contribuye a definirnos y establecer propósitos y metas para construir una identidad más constructiva.

Como ya se ha mencionado, este camino de desarrollo requiere de una gran voluntad para abrir la mente y el corazón, de un absoluto compromiso personal en la introspección y trabajo con uno mismo.

Así, el proceso de desarrollo de un líder nos marca dos rutas paralelas y simultáneas en el desarrollo de habilidades y capacidades del líder sistémico: a) aquellas que se relacionan con el mundo interno, como son la autoconciencia, la escucha activa y la autorregulación, y b) aquellas que se relacionan con la interacción de las personas con su mundo externo, como son: la conciencia social, las habilidades sociales, las relaciones significativas, la toma responsable de decisiones y el diálogo generativo.

La Teoría U y la inteligencia colectiva

Scharmer considera un liderazgo efectivo cuando se inicia  con un proceso de indagación profunda y autoconciencia, que él llama "descender por la U". Este proceso implica cuatro etapas: suspender, observar, sentir y actuar, a través de las cuales: 1) el líder deja de lado sus prejuicios y suposiciones, 2) observa la realidad con mente abierta y sin filtros, 3) se conecta emocionalmente con la situación y 4) a partir de ello genera cambios significativos, tanto con la situación como con las personas involucradas al tener una comprensión de la situación de forma más completa.

Como se puede observar, tanto Madrazo como Scharmer le prestan esencial importancia a la escucha activa y la empatía como recursos indispensables para poder sintonizar con las personas que nos rodean, sin cuestionar creencias y suposiciones, llevando a la innovación y el cambio, o, en otras palabras, a la trascendencia.

De la mano con esto, una inteligencia colectiva permite al grupo resolver problemas, tomar decisiones y generar ideas de manera conjunta, superando las limitaciones individuales. Lo que se denomina “liderazgo efectivo” implica crear condiciones propicias para que emerja y se aproveche esta inteligencia colectiva al fomentar entornos organizacionales saludables por medio de varias prácticas y herramientas, como la facilitación de reuniones participativas, el fomento de la diversidad de perspectivas, la promoción de la transparencia y la apertura en la comunicación, y el establecimiento de estructuras organizativas flexibles y adaptables.

Al integrar esta propuesta de inteligencia colectiva en nuestro marco teórico, reconocemos la importancia de cultivar un liderazgo que no solo sea efectivo a nivel individual, sino que también tenga la capacidad de movilizar y aprovechar el potencial colectivo de todo el equipo. Esto implica desarrollar habilidades de facilitación, comunicación y gestión del cambio que promuevan la colaboración y la participación activa de todos los miembros de la organización.

La educación de hoy y del mañana

En conclusión, el liderazgo educativo actual y del futuro debe trascender la figura del líder como salvador y adoptar un enfoque colaborativo que fomente el bienestar colectivo. Al asumir una mentalidad de eco-sistema, los líderes educativos se convierten en agentes de transformación, capaces de cultivar comunidades inclusivas y resilientes. La educación se convierte en un proceso dinámico que promueve no solo el desarrollo individual, sino también la inteligencia colectiva y la empatía, esenciales para enfrentar los retos actuales. Así, construiremos un futuro educativo más equitativo y significativo, donde cada voz contribuya a un propósito común.